Wednesday, June 25, 2008

Miami y el Trópico









Recientemente estuve 11 días en Miami --y una vez más comprobé que aunque le tengo mucho cariño a la ciudad donde viví por 6 años al comienzo del exilio, una mini-Cuba donde me siento 'como en casa', donde me encanta visitar a mis primos y a sus hijos y sus nietos -soy 'hija' del maltrato -(les digo esto porque para muchos New York es un lugar donde la vida es muy difícil). Y tengo que admitir que me cuesta mucho trabajo adaptarme a la lenta existencia tropical de Miami, donde todo es en 'technicolor', cálido, húmedo, intensamente colorido --y donde se vive de forma muy rara.

Les digo 'rara' porque he comprendido (aunque cada vez que voy a Miami quisiera que me encantara vivir allí) que soy Neoyorquina 100%, típica hija del frío, del cambio de temporadas, del corre-corre de Manhattan, de mi apartamento pequeñito y 'cluttered', lleno de cuadros y de recuerdos --y de cierto aspecto salvaje y primitivo de la vida, que convive en la ciudad mano a mano con lo más exquisito y sofisticado. En New York me siento muy libre, muy dueña de cada segundo de mi vida y de mi ser -- y esto lo noto porque puedo caminar a todas partes, y sentir 'la ciudad' bajo mis pies y pasando frente a mis ojos. Y siento que todo a mi alrededor, incluyendo edificios y guaguas, tiene un propósito y está lleno de energía.

Y aunque en Miami -bella ciudad horizontal, brillantemente azúl, verde y blanca- generalmente salgo mucho y me entretengo mucho más que en New York (porque al menos mis primos tienen una vida social muy activa y continuamente visitan gente, dan cenas y van aquí y allá y los acompaño a todas esas cosas)- no puedo evitar que me entre una 'vagancia' espantosa tan pronto aterrizo allí. ¡Una pereza impresionante que no me inspira a hacer nada! Ni a escribir. Ni a ir al cine. Ni a leer. Ni a pensar mucho. Ni a moverme mucho si puedo evitarlo, porque Miami (en mis pensamientos) se ha hecho para estar acostada todo el día en una habitación con aire acondicionado helado --y después, por las noches, vestirme muy mona, con -¡alas!- ropas -¡de colores!- (bye, bye a los trapos negros que son el uniforme neoyorquino)...Y coger mi carro...y manejar....e ir a comer fuera...y manejar de regreso a la casa....e ir a comer...y manejar...e ir a comer...y manejar....infinitamente.

En la moderna y trendy Miami, donde me encantan los restaurantes cubanos, el automáticamente hablar en español -¡sin pensar siquiera que existe el inglés!- el volver al pasado viendo caras de ese pasado (aunque un poco más envejecidas) y oyendo voces de ese pasado --y el poder conversar con mi familia sobre quiénes somos y quiénes fuimos --aun así debo confesar que a veces me siento agobiada por el manejar para todo, eternamente, en todo momento --¡hasta para ir al mercado o a la tintorería! Igual que me paraliza la ciudad siempre igual, preciosa, verde-azul, intacta, con sus palmeras y sus divinos edificios de cristal y acero y sus mansiones enormes, con habitaciones y habitaciones para regalar...¡todo cómodo, nuevecito, moderno, reluciente!...Y yo -¡hija del maltrato al fin!- estoy acostumbrada a cierta decadencia gris a mi alrededor, a una ciudad muy variada, a veces sucia, bella a la vez que fea y muy llena de contrastes.

Además de que el clima inmóvil del Trópico me causa un cansancio y un desánimo enorme, y en la piscina hasta me cuesta trabajo levantar la mano para echarme crema para el sol. ¿Seré yo a la única que le pasa esto?...¿Estaré exagerando? ¿Me habré olvidado que crecí en una Habana Tropical por excelencia? Es que ese sol que me quema el cráneo en minutos, también me adormece el cerebro --y el azúl del cielo me emborracha --y se me hace parte de una gran caldera hirviente...bella...sensual quizá...pero que me chupa hasta la última gotita de energía.

Aun así, no acepto que esto pueda ser para siempre igual y me digo..."No...Quizás en mi próximo viaje pueda aprender a ser feliz en este lugar tan lindo, tan feliz y lleno de mis adorados cubanos"..."Quizas pueda ser más 'light' en pensamientos y conversaciones"..."Quizás pueda olvidarme de la CNN y sus alarmantes noticias (mi 'sound track' de fondo cuando escribo mis articulos)"... Y quizás llegue a sentirme 'yo' -con todos mis tormentos y mis inquietudes- pero esta vez flotando en una vida menos complicada, rodeada de playas y aguas azules, lejos de esa Manhattan que me permite ser productiva y trabajar y escribir y pensar en nuevos proyectos --¡y hasta planear nuevos viajes a Miami/Cuba! ¡Quién sabe!

Monday, June 9, 2008

La Inocencia


La inocencia de los niños me enternece y a la vez me entristece.

Me toca el corazón ver como sus mentes, todavía limpias, razonan con una dulzura muy bella y suave. Y también me toca el alma ver como van perdiendo esa inocencia y la realidad de la vida va marcando esa perfeccción y limpieza de razonamientos y sentimientos.

Les comento esto porque el otro dia recordé cuando mi papá sacaba a pasear en carro a mi hija, la que con 4 o 5 años llamaba a papi muy temprano la mañana de los sábados, y creyendo que yo no la oía, le pedía que la llevara a una vieja juguetería de Union City llamada "Davis", donde compraban semanalmente 2 o 3 nuevas Barbies. Y después que colgaba, oía los piececitos rápidos de mi hija corriendo a mi cama para decirme alegremente ---"Mami, vísteme...Ito quiere que lo acompañe a New Jersey". ¡Qué niña aquella! ¡Y qué abuelo aquel que veía por los ojos de su única nieta!

Un día recuerdo que le dije que no debía pedirle a su abuelo que le comprara tantas cosas, que no estaba bien, que aquella colección infinita de Barbies costaba mucho dinero --y nunca olvidaré la forma como mi hija me miró --y después me dijo muy seria, como para tranquilizarme con su explicación .... "No mami, no te preocupes, porque cuando Ito necesita dinero, vamos al banco y lo saca de la pared".

En ese momento de absoluta inocencia no pude decirle que aquel dinero era de su abuelo, que después de trabajarlo, allí lo guardaba -- y me encantó ver la naturalidad con que ella aceptaba la 'magia' que era poder "sacar dinero de la pared" cada vez que uno lo deseaba. ¡Qué maravilla pensar que la vida es así de fácil y no cuestionar las cosas!


La inocencia de mi hija -que a veces sigue existiendo, como todavía existen ramalazos de la mía, cuando creo mucho en la gente, acepto lo que se me dice al pie de la letra --y no me gustan los chistes chabacanos, las malas palabras, ni los gestos soeces- es una de las cosas más 'frescas' y divinas que recibimos cuando tenemos a nuestro alrededor niños y niñas. Y algo que nos recuerda como deben ser las cosas. ¡Como debemos hacer todo lo posible por mantener una 'magia' interna sin dejar que nada la borre!

Y una razón de que la armonía personal- ya sea a través de observar la inocencia y la credulidad de los niños, o de uno mismo- sea tan necesaria ...tan vital....tan esencial...para poder dormir tranquilos todas las noches.