Friday, February 20, 2009

Experiencias Inolvidables a los 15 Años













Cuando cumplí 15 años, vivía un momento maravilloso de mi vida. Era bonita, lo que al fin ‘sabía’, porque el haber sido muy flaca hasta los 14 años me había acomplejado mucho hasta entonces, convencida incluso de que mis piernas delgadas eran el punto focal de todos los que miraban y probablemente motivos de críticas espantosas, haciendo que cuando caminara me dijera a mi misma “¡Ay mis piernas flacas, mis horrible piernas flacas, que no me las miren, que no me miren”. Y además de eso en aquellos meses mami me había comprado ropas preciosas, vestidos muy adultos -¡y hasta dos pares de zapatos de tacones! --los que absurdamente estaba prohibido usarlos hasta que se cumplieran los 15 años -y ni un día antes.

Por eso yo estaba tan feliz, ya que había esperado tanto –literalmente contando los días y las semanas- por la llegada de mis 15 años. Era el momento de la liberación en que podía oficialmente ir a grandes fiestas, usar tacones, usar pintura de labios y ser ‘oficialmente’ una mujer, porque en Cuba se pasaba directamente de ‘niñas’ a ‘adultas’, sin que existiera esa zona intermedia de la adolescencia postergada.

Asi mismo era. Eramos niñas ‘patilargas’ y sin maquillaje un día -y al día siguiente podíamos comenzar a ser vampiresas pintorreteadas, en enormes tacones y con escotes hasta el ombligo. ¡Algo fascinante! Y todo estaba OK y nadie protestaba, incluyendo a los padres más conservadoras, que sabían perfectamente que así estaba dispuesto -y que los 15 marcaban mucho más que una fecha en un calendario. ¡Era un verdadero “de Niña a Mujer”!

Pues al cumplir mis quince años (por la situación política difícil, yo no había tenido la “fiesta de 15” que siempre había soñado, ni nada que celebrara el gran día, incluyendo “la misa y desayuno” que estaba de moda ofrecer a las amigas)celebré la gran fecha disfrutando cosas ‘diferentes’, las que eran el denominador común de nuestras vidas de familia ‘bohemia’, intelectual y poco convencional.

Por ejemplo, el día de mis 15, mi papá –que estaba pasando un momento difícil en su vida porque mami se había divorciado de él un par de años antes- me invitó a comer al exótico y muy divertido restaurante polinesio Trader’s Vic en el hotel Habana Hilton (conocido por otros como el Habana Libre, pero siempre me he negado a llamarlo así)--el que en Cuba llamábamos El Polinesio. Era un lugar muy divertido, con una decoración exótica fabulosa, con canoas de Tahití colgadas del techo -¡y donde servían tragos muy extravagantes como El Escorpión, y uno muy delicado en que flotaba un pétalo de rosa, con una perla de los Mares del Sur!

Y cuando llegamos mi padre y yo al Polinesio, la primera sorpresa fue que el camarero –un descarado en realidad- se creyó que yo era una ‘conquista’ de papi, lo que comentó con el tipico relajo cubano -y a papi le provocó mucha risa, pero a mi me molestó un poco, porque casi nunca salía sola con mi papá y deseaba que aquella noche fuera un momento muy genuino y simbólico entre 'padre e hija', y no un momento abaratado por un camarero estúpido. Yo recuerdo que era cierto que lucía bastante adulta, toda maquillada, con tacones de gamuza negra con un lacito de raso -y un vestido estilo ‘trapecio’ (una moda lanzada en Paris por un joven llamado Yves Saint Laurent, y un estilo imitado hoy en día por todos el mundo) de una tela azúl iridiscente llamada Casandra, el que tenía un lazo bajo el busto estilo Imperio, que al ser desflecada la tela -¡tenía las puntas rosadas, lo que le daba un toque muy original! Era un vestido de líneas geométricas, de una simplicidad absoluta, en que ‘la tela lo era todo’ (como dijo mami) --y me lo había hecho Isabelita, la modista nuestra, copiando línea a línea el modelo de YSL que habíamos recortado de una revista francesa.

Aquella noche la pasé muy bien a pesar del comienzo -y papi fue muy simpático, no tomó demasiado y nos reímos mucho, además de que nos encantó el restaurante donde tomamos los tragos exóticos (en Cuba servían alcohol a todas las edades) y comimos costillitas BBQ dulzonas y exquisitas. Otros regalos que me habían hecho por los 15 eran la tradicional pulsera de oro y perlas de la joyería La Casa Quintana; unas dormilonas de perlas (para las que unos días antes yo sola había ido a la clínica El Sagrado Corazón y el Dr. Alberto Alonso me había abierto las orejas, lo que papi se había negado a que me hicieran cuando nací); un “Five Year Diary” de piel con una llavecita; unos zapatos de raso azúl marca Mannequin, divinos y compañeros de un vestido del mismo color para llevar a la fiesta de 15 de una amiga y -¡mi regalo favorito! - una preciosa pijama de china de seda, blanca y toda bordada en colores de la tienda Indochina.

A finales de ese año, cumplidos ya los 15, se había casado mi prima Marilyn Ichaso con Alberto Morató y nuestra familia estuvo en ‘overdrive’ con comidas, fiestas, peticiones de mano, la boda civil, la boda religiosa, etc, etc.- y mi vestuario de mujer adulta había crecido considerablemente, pues quería ir con un modelo diferente a cada fiesta y mami me complació, a pesar de que la situación política era ya terrible.

Pero la pijama china seguía guardada entre papeles de tisú blancos, en una gaveta, hasta que la noche del 31 de Diciembre decidí estrenarle, encerrándome en mi cuarto a esperar las 12 de la noche -y el comienzo del nuevo año a mi manera.

Recuerdo que cogí un platico de postre de la vajilla blanca con filos dorados que jamás se usaba, coloqué en él 12 uvas y las llevé a mi cuarto, donde me vestí con mi pijama china, me puse todas las joyas que me habían regalado por los 15, me maquillé y me peiné con los ojos muy pintados y el peinado revuelto al estilo Brigitte Bardot (¡que me fascinaba!) -y a las doce de la noche puse música en mi tocadiscos High Fidelity, me senté en la cama solita y con mucha ceremonia comencé a comerme -una a una- las uvas -¡y a fumar sin cesar mis deliciosos cigarros Salem de una cajetilla nueva que me había comprado a escondidas de todos!

A las 12 de la noche se oyeron los tiros usuales que celebraban el comienzo del nuevo año - y yo fumaba y fumaba, sintiéndome muy sofisticada y adulta. Hasta que de pronto me di cuenta de que me había mareado terriblemente, ya que no estaba acostumbrada a fumar y me entraron unas ganas de vomitar horribles mientras el cuarto me daba vueltas y más vueltas. ¡Fue horrible!

Y recuerdo hasta el día de hoy la sensación espantosa del mareo que me dio. Y en medio de lo mal que me sentía, dando tumbos y con violentas ganas de vomitar, me arrepentí de haber fumado a escondidas de mi mamá y de ser tan idiota -y me levanté en medio de la ‘humarada’ que se había formado en el cuarto y boté la caja de cigarrillos por la ventana, cayendo 4 pisos más abajo, lo que oí en medio de la oscuridad y de una Habana extrañamente silenciosa en aquellos momentos. ¡Nunca más iba a fumar!...¡Qué horror!....Pero, claro está, aquello fue una promesa que no llegué a cumplir hasta muchos años más tarde, pero -aún así- mi fiesta privada no había terminado aquella noche y cuando se me fue el mareo -¡y todavía vestida de china y pintada y peinada como Brigitte!- me puse a leer “Demián” de Herman Hesse, mi libro favorito en aquellos días, hasta que me quedé dormida.