Monday, February 2, 2009

Las 'guaguas' de La Habana




En Cuba a los autobuses les dicen 'guaguas' ---y así sigo llamándolas.

Desde que era niña ya me daba cuenta que las guaguas cubanas tenían gran personalidad, y eran como personajes de nuestras vidas. Y su continuo ir y venir era motivo de chistes, críticas, grandes esperas bajo el sol, y una inmensa lección de filosofía callejera.

Algunas guaguas estaban tan viejitas y destartaladas, que parecían un montón de chatarra ambulante. Sin embargo, caminaban perfectamente, cogiendo las curvas de las esquinas rugiendo -¡casi en dos ruedas, y echando humo por todas partes!- con gran orgullo de seguir funcionando, a pesar de sus años.

Otras eran modernas, chatas, anchas, amenazantes, y se paseaban entre las demás como si fueran “los guapos del barrio”, Entre éstas recuerdo la Ruta 20 y la 79. Entre las viejitas y ferrujosas la 23 y la 26/27. La Ruta 30 me gustaba mucho porque tenía un recorrido muy simpático, y era sin duda una guagua muy habanera.

Por supuesto, los autobuses blancos y azules que conocí mejor (I-1 y U-4) eran casi como aristocráticos coches de caballos. ¡Y oficialmente se llamaban Autobuses Modernos!

Transporte muy democrático, donde blancos, negros, mulatos o chinos viajábamos en total armonía pagando tan solo 8 centavos --y 2 más por la transferencia. ¡Y hasta teníamos el lujo de un conductor que –a veces haciendo de malabarista- venía a cobrarnos al asiento!

Parte de toda la aventura eran las espontáneas serenatas de los “artistas cubanos”; especialmente el llamado Juan Charrasqueado, que subía siempre con su guitarra y traje de mariachi. También una mujer albina, ya mayor, llamada Pelusa a la que le tenía mucho miedo, porque se montaba en la guagua siempre en silencio, llevando colgado del cuello un misterioso cartelito que decía "Si me desmayo, llevo amoniaco en la cartera".

Recuerdo sentir admiración y horror a los hombres jóvenes que -como verdaderos 'guerreros'- iban en bicicletas, y se colgaban peligrosamente de las ventanillas aprovechando así el impulso de la guagua, ahorrándose el pedaleo a lo largo del recorrido.

Recuerdo los apretones; la guagua inclinada hacia la derecha, como una tropical Torre de Pisa; los gritos de “en la esquina”; y las protestas violentas de los que se quedaban en las paradas, mientras que la guagua, llena hasta al tope, seguía de largo, con su pesada carga.