Sunday, March 1, 2009

Aquellos comienzos como exilados...




No puedo negar que me siento muy orgullosa de como los cubanos reaccionamos cuando de de un día para otro tuvimos que huir de Cuba y convertirnos en ´refugiados cubanos´. Casi 2 millones de nosotros en 50 años de doloroso exilio...Y en los años 60 -mami, mi hermano y yo salimos a finales de los 60- eramos mayormente familias de la clase media, ya fuera una clase media promedio, como una clase media profesional que vivía muy bien en aquella sociedad en que habíamos sido su gran ´fuerza' social y la inmensa mayoría.

Y así fue que cuando llegamos al exilio -y ahora les hablo de nuestros primeros años en México y en Miami-- estábamos poco menos que en la indigencia ¡aunque teníamos la suerte que no nos dábamos cuenta de lo realmente pobres que éramos!

Era una vida a lo 'catch 22', porque no solamente no teníamos dinero para comprar medicinas --sino que como nuestros hábitos alimenticios eran todos los equivocados ---teníamos las defensas bajas y nos enfermábamos a menudo. Y recuerdo que cuando mami se enfermó de anemia ¡se recuperó muy lentamente y creo que hasta pasaba hambre para darnos la comida a mi hermano León y a mí! Igual que yo tuve pleuresía por un catarro mal cuidado y como no teníamos dinero para comprar antibióticos, pues se me tuvo que quitar sola --¡y todo esto cuando apenas era una niña de 20 años!

¡Es que vivíamos mayormente comiendo pan y queso! Algunos vecinos –que recibían ayuda del Centro de Refugiados Cubanos (que no podía ayudarnos, porque como técnicamente habíamos entrado en el país como ‘residentes legales’ vía México, no teníamos derecho a ayuda del gobierno, pues para ellos ‘no’ éramos refugiados) --nos regalaban trozos de queso americano, harina de maíz, leche en polvo y carne procesada tipo Spam (aunque venían en unos envases sin nombre, ni marca) --y con ello nos alimentábamos. Como es lógico, hasta el día de hoy detesto el queso americano porque mi almuerzo diario por meses y meses fue un ‘sandwich’ de pan blanco con una lasca fría de aquel queso que sabía a ‘plástico’. Y por supuesto, poder comer de cuando un cuando una hamburguesa en aquellas hamburguerías llamadas Royal Castle –¡costaban 14 centavos y eran muy pequeñitas! - o sus deliciosos ‘grits’ -15 centavos por un bol pequeño- era todo un lujo ---¡y se nos hacía la boca agua de tan solo mirarlas!

Pero, eventualmente todo iba mejorando, porque los tres logramos tener pronto varios trabajos y todos nos sacrificamos mucho --¡y empezamos a comer un poco mejor!

León comenzó a trabajar de ‘bus boy’ en el Dahla Horse, cerca de la casa (bufé de “todo lo que puedas comer por $0.99) -- y después como ‘pastry boy’ en el elegante comedor del Hotel Barcelona de Miami Beach, donde le permitían comer -¡aunque en el Barcelona eran mayormente postres y ‘cheesecakes’, cuyas sobras regalaban a los empleados al finalizar la noche y León las traía a casa con mucha alegría!

Como era tanto el ‘cheesecake’ y los pasteles de manzana que comíamos -¡fue un milagro no nos hiciéramos todos diabéticos fulminantes!- y los compartíamos con los vecinos, quienes nos daban un poco más de queso, o de leche en polvo. León también se colocó los fines de semana en una cafetería de la Calle 8 llamada San Juan Bosco, cuyo dueño era Leonard, un buen amigo de papi de Cuba, donde tenía que limpiar el local y los baños ¡y le pagaban con la comida de la noche! Pero esto fue un desastre, porque a los pocos días de empezar Leonard llamó a mami a decirle que tenía que botar a León ¡porque el muchacho comía demasiado!

Por mi parte en el F.W. Woolworth me pusieron a trabajar a cargo del “Candy Counter” que estaba dentro del ‘Snack Bar’ --¡el que estaba a cargo de una cubana muy lista que se las sabía todas!- la que me explicó que todas las mañanas, cuando fuéramos a la cocina a buscar en sus enormes refrigeradores los ingredientes para hacer los sandwiches y las pizzas, igual que los jamones que vendíamos por libra- debíamos preparar más pizzas y muchos más ‘sandwiches’ estilo ‘hoagie’ de los que se iban a vender --¡y así nos podíamos llevar a casa los sobrantes al final del día!
La cubana era un lince --y el truco funcionó, por lo que diariamente ambas nos llevábamos a casa al menos 2 ‘hoagies’ cada una, que aunque tenían la lechuga un poco mustia y llevaban horas sin refrigeración, nos sabían a gloria. Lo de las pizzas nunca funcionó porque casi nunca sobraban pedazos, aunque una hora antes de cerrar el ‘snack bar’ siempre horneábamos 2 o 3 --¡lo que a veces provocaba que el borrachín Mr. Lindsey, el manager irlandés-americano de la tienda nos mirara con gran desconfianza!

Otra ventaja que me ilusionaba mucho -¡y soñaba con que llegara ese día, se los juro!- era que todos los lunes, el día que Lourdes, la otra chica que trabajaba conmigo estaba libre y yo estaba a cargo de todo -¡me daban el almuerzo gratis en la fuente de soda del Woolworth, donde ordenaba ‘comida caliente’ y devoraba platos de ‘meat loaf’, o pollo frito estilo sureño ¡con puré de papas’ y toneladas de hirviente gravy!

Y asi pasaron los días, los meses y los años --¡hasta que un día mi padre salió de Cuba, vivió casi 2 años en México y eventualmente se reunió con nosotros en Miami! Y como un bravo Don Quijote luchando con los molinos de viento nos dijo que nos teníamos que ir a vivir a New York donde le habían ofrecido un buen trabajo ¡y allí comenzaríamos una nueva vida! ¡Y asi fue!