Thursday, September 4, 2008

Algo tan tonto como el mareo



¿Alguno de Uds. se marea cuando viaja en carro, o da un paseo en barco?....Bueno, yo hasta me mareo en una piscina cuando alguien se tira en ella y se forman olas. ¡Un verdadero desastre!

Desde muy pequeña sufro de lo que en inglés se llama 'motion sickness'- o mareos causados por los movimientos, ya sea de un barco, un avión, un auto, etc., etc.- y es realmente espantoso, que con el paso de los años se acentúa y se pone peor. Una sensación tan debilitante y desagradable que puede causar grandes estragos en nuestra existencia. ¡Es como si se nos 'fuera' la vida! Y nada nos importa. Nada. Nada....
Es que el mareo -incluso el más ligerito- nos quita el deseo hasta de lo más maravilloso. ¿Pensar en amor o pasión cuando estamos mareadas? ¡Qué horror! ¿Pensar en una cena maravillosa o una copa de champaña helada cuando la vida se nos vá por un huequito?...¡Qué locura! Si Napoleón hubiera sufrido de mareos la Historia se hubiera escrito de otra forma. Estoy segura. Y es algo que nos deprime un poco, porque demuestra que -no importa lo que nos empeñemos en hacer, qué planes hacemos, o cuán duro trabajemos por algo --algo tan sencillo como un idiota mareo -que se supone sea un malfuncionamente de algo en el oído- puede dejarnos sin energía en solo segundos --y cambiar los parámetros de nuestra cotidianiadad.

De niña, nada de jugar a la 'rueda-rueda'. Nada de hacer ejercicios en círculos o bailar el vals que tanto me gusta. Igual que no podía ir al colegio en la guagua del mismo --¡porque me mareaba!...Y como tenía de depender que me llevara mi papá en el carro -y él nunca se quería levantar tan temprano- llegaba tarde todas las mañanas y aquello me hacía sufrir, hasta que el papá de mi amiga Lilliam Donnell se apiadó de mí y me llevaban al colegio en su carro. Después me mareaba cada vez que salía a pescar con mis primos y mi hermano en el yate de mi tío Gustavo --¡y solo bastaba el olor de la gasolina del barco con el del agua de mar para lanzarme al mayor malestar! Y mi tío Gustavo se indignaba, y sin entender para nada mi sufrimiento infantil, preguntaba qué hacía aquella niña que no pescaba y estaba tirada como un (pequeño) fardo desmadejado en un rincón de la cubierta.

Por supuesto, me mareaba en los carruseles de los parques de diversiones, y también en la estrella -¡y en aquel aparato llamado El Pulpo! -aunque, extrañamente, no me mareaba en la Montaña Rusa. Me marea (hasta el día de hoy, de lo que se burla mi hermano León porque no sabe lo que sufrir esa tortura) el sentarme en la parte de atrás de un carro -y por eso siempre tengo que manejar y estar en control del timón para evitar males mayores. Me mareo en un barquito, igual que en un gran trasatlántico -pero no me mareo en un barco de esos que van muy rápido y parecen saltar sobre el agua. Tampoco me mareo en los aviones --aunque un poco en los trenes. ¿No es curioso?

Y hoy escribo esto -¡un post realmente tan tonto!- porque regresé de un viaje a Connecticut, y después de dos horas en el asiento de atrás de una limusina negra, larga y espantosa -¡he llegado a mi casa media muerta!...No me podia casi bajar del carro... (¿Qué pensaría el portero de mi edificio al verme entrar en el lobby haciendo 'eses', como si estuviera borracha?)

Y como al llegar enseguida me he acostado --y he sintonizado en la TV la Convención Republicana-- se ha acrecentado el mareo, porque la verdad es que entre las Olimpiadas, la Convención Demócrata y ahora la Republicana ---¡estoy mareada, mareadísima!