Saturday, August 30, 2008

Guillermo Cabrera Infante

























Cuando en 1972 me casé en New York con Orlando Jiménez Leal --un viaje a Londres se hizo inminente.

¡Guillermito tenía que conocerme! Para que me diera el 'visto bueno', lo que meses antes me había dado Néstor Almendros en una cena en New York- y porque probablemente la rubia de cabellos largos y muy 'opinionated' con la que se había casado Orlando -quien era hija del poeta Justo Rodríguez Santos y sobrina del ensayista Francisco Ichaso- era motivo de gran curiosidad entre sus amigos.
También era importante para mi marido -aunque entonces menos para mí- que uno de sus héroes me viera en carne y hueso --y que a mi me cayera bien Guillermo. Orlando -mucho más joven que Guillermo y la mayor parte de sus amigos- también estaba orgulloso de mí --y ya se había encargado de hablarme largo y tendido de 'Guillermito', anécdotas, cuentos, la historia de PM, de Sabá, de su amistad desde Cuba, etc, etc. -- además de animarme (con un nuevo interés de mi parte) a releer Tres Tigres Tigres.

Así fue que a finales del 1972 llegamos a Londres --y cual sería nuestra sorpresa cuando nos encontramos a un Guillermo muy frágil y todavía convalesciente del 'breakdown' nervioso que había sufrido recientemente. Mi primera impresión fue ver un hombre realmente muy asustado, como 'refugiado' (y sin deseos de moverse porque le daba pánico salir de aquellas 4 paredes) en aquel oscuro apartamento en el 53 Gloucester Road. Miriam -y su gato Offenbach- eran su único contacto con el mundo --y me sorprendió que delante de él Miriam le dijera aquella tarde londinense con su dramática voz --"es que a Guillermo le han dado muchos 'electroshocks' y les tiene mucho miedo, porque le hacen perder la memoria"

Aquello me espantó...¡Qué horror que Guillermo pudiese perder la memoria!

Muy impresionada, aquella noche, después de hacer reír mucho a Guillermo con nuestros cuentos y de entregarle tres latas de Frijoles Negros Estilo Cubano de Goya que le habíamos llevado de regalo, le comenté a Orlando al llegar al hotel "A los dos hay que sacarlos de esa casa. No pueden seguir ahí encerrados. Los dos tienen miedo --y tienen que salir a la calle y pasear con nosotros".

Y dos días después -después de convencerlos, no sé ni cómo- nos encontramos con ellos en el andén de la Estación de Trenes Waterloo -¡camino a la ciudad de Salisbury y las misteriosas ruinas de Stonehenge! Me hace gracia recordar lo que parecían esperando por nosotros en aquel andén londinense. Como personajes de cine, Guillermo con un impermeable Burberry cruzado, estilo detective privado, bufanda, tabaco en mano --¡y una cara de aterrorizado casi cómica! Esperaba por nosotros agarrado con fuerza del brazo de Miriam, que llevaba un abrigo largo y elegante y lo cuidaba contra viento y marea.

El viaje fue sin embargo divino --y a los pocos minutos de estar en el compartimento del tren nos estábamos riendo encantados de la vida, Guillermo contándonos cosas con ese ingenio tan increíble que era sólo de él, Orlando recordando cuentos de Cuba -- y yo hablando probablemente 'boberías' de mi vida en Cuba, de lo que había sido el exilio para mi familia, lo que pensaba de las cosas, la política, etc., etc. Soy muy conversadora -y siempre hacía reír mucho a Guillermo, quien decía encantarle que todo lo que él me dijera provocara en mí una carcajada, "pues lo hacía sentir muy brillante". Era tan cómico en su seriedad --y también muy coqueto, porque amaba a las mujeres --y más aún a las inteligentes, y si eran bonitas, pues mejor aún. ¡Y Miriam nunca se encelaba, porque sabía que todo era un juego de palabras, y que ella era el amor de su vida!

Aquel fue un día de conversaciones inteligentes --y a la vez divertidas, nada pretenciosas. Paramos en Salisbury, vimos la famosa Catedral, visitamos casas de antiguedades, almorzamos en un lugarcito muy inglés, estilo taberna del siglo XVIII --y después tomamos un autobús que nos llevó a Stonehenge, donde vimos el impresionante atardecer junto a las misteriosas piedras. Allí Orlando sacó un rollo de 36 fotos -casi todas de Guillermo- que desafortunadamente nunca salieron, porque la cámara no funcionó bien y el rollo nunca se movió de lugar, no saliendo ni una sola foto. ¡Y hasta el día de hoy pienso que hubieran sido únicas!

Al regresar esa noche de nuestra excursión --¡Guillermo era otra persona! Creo que nuestra presencia -éramos jóvenes, estábamos felices, y traíamos a aquella casa optimismo y un espíritu muy alegre y curioso- les hizo mucho bien a los dos. Y el resto de nuestra visita a Londres fue un verdadero encanto. Guillermo nos paséo por su barrio de Kensington (lo mismo que hizo conmigo la última vez que nos vimos, cuando rodé el documental sobre él "La Ultima Entrevista", con Ricardo Vega como cámara, un año antes de su muerte). También nos contó anécdotas de su vecina Ava Gardner, nos llevaron a comer en su favorito Bombay Brasserie, vimos videos en aquella sala llena de libros, Miriam cocinó una pasta impresionante --y la pasamos deliciosamente bien.

Fue entonces que Guillermo comenzó a decirme con irónico cariño: Mari de Miramar (¿como una nueva versión de una Vivian Smith-Corona?) - para años más tarde llamarme siempre de un tirón 'Mari Rodríguez Ichaso de Jiménez Leal', sin cortar una sola sílaba. Siempre me dió gusto ver el gran cariño -de verdad- que le tenía a Orlando --el que de alguna forma me incluyó a mí.

Guillermo se recuperó completamente de su 'breakdown', comenzaron a viajar a los Estados Unidos donde los veíamos en New York, igual que varias ciudades donde estaba enseñando cursos en varias universidades como Morgantown, West Virginia y en Wellesley College en Boston. Cuando nació nuestra hija Mari-Claudia a Guillermito le encantaba la niña y le fascinaba hacerla reír y meterse con ella. También veía a mi padre -en New York y en Londres- y a mi madre y a mi hermano...¡Y asi pasaron muchos años! En una ocasión dí una cena en mi casa para que Guillermo y Miriam conocieran a Plácido Domingo (y a Guillermo Martínez y a su mujer Bertita, buenos amigos de Plácido y Marta, que entonces lo eran también míos)...Los llevé a Regine's en New York ¡y allí estaba Julio Iglesias que nos vino a abrazar a Orlando y a mí y cuando conoció a Guillermo se quedó muy impresionado! Y allí estaba Oscar de la Renta. Y Liza Minelli. Y Fernando Botero. En fin, eran los años 70 y 80 y el mundo frívolo de mi profesión de periodista se podía disfrur con esplendor! Y a Guillermo y a Miriam les encantaba conocer 'famosos' igual que a todo el mundo -además que los famosos lo 'veneraban' a él.

En nuestro apartamento neoyorquino Orlando y yo dábamos muchas cenas, especialmente cuando los Cabrera Infante estaban en New York. Heberto Padilla (¡recién llegado al exilio y viviendo con Belkis en Princeton!), Nydia Ríos, René Jordán, Agustín Tamargo, Jorge Ulla, mi hermano León, Carlos Alberto Montaner, Reinaldo Arenas, Emir Rodríguez Monegal, Néstor Almendros, el novelista Manuel Puig, Pedrito Yanes, Roberto Fandiño ...¡Era como un pequeño salón!...Cocinábamos, se hablaban cosas divertidas, se hablaba de política...Eran momentos ideales.

Pasados los años la amistad se fue cimentando. Seguíamos viéndonos en Londres, en el Festival de Cine de Miami, o en otros lugares y siempre la pasábamos bien. Un día Orlando y yo nos separamos --pero Guillermo siguió siendo mi amigo y así me lo dijo en una ocasión "Soy amigo tuyo por tí, no porque seas la mujer de Orlando". Aquello fue muy agradable, porque muchos 'amigos' de pronto habían desaparecido de mi vida, misteriosamente, incluyendo algunos de los volubles famosos.

De ahí en adelante, ir a Londres -¡significaba visita-ritual con los Cabrera Infante! Cenas en Bombay Brasserie, paseos por el barrio, conversaciones, chismes... Año tras año.

Y por eso cuando se enfermó de gravedad me pareció una cosa espantosa. Imposible. Guillermo y su ingenio y su inteligencia eran mi mente algo inmortal . ¡Y cuando murió no tienen idea cuánto lloré! ¡No lo podía creer! Y todavía no puedo creer que Guillermo Cabrera Infante haya desaparecido. ¡Qué pérdida para Cuba! ¡Qué pérdida para todos sus amigos! ¡Qué tristeza que sea una realidad!

Los muertos van pasando al olvido poco a poco, sin que nosotros mismos deseemos que así sea. Y aunque siempre tendremos a Guillermo Cabrera Infante dentro de sus libros --incluyendo su Ninfa Inconstante en la que llevaba trabajando tantos años cuando murió y la que saldrá pronto póstumamente --me gusta recordar junto a ustedes, los profundos recuerdos que dejó en mi vida y en mi familia.

Fue maravilloso conocerlo. ¡Y tengo que agradecerle a Orlando que hiciera posible este extraordinario privilegio!

""""""""""""""""""""""""""""""
Si quieres ver mis últimas fotos de Guillermo, y de su 'habitat', sacadas poco antes de enfermarse, en mi último viaje a Londres, entra en