Tuesday, December 23, 2008

Navidades en La Habana







En estas fechas recuerdo más que nunca los días de las fechas simbólicas.

Especialmente las Nochebuenas en familia --y la del 1958, cuando la nuestra se reunió por última vez en la vida, en casa de mi tía Fela.

Tradiciones que después se perdieron --un día las rescatamos donde quiera que estuviéramos viviendo --y ahora las recreamos, como una representación transplantada de un clásico inimitable, aunque nos falta la raiz.

Recuerdo vivamente el ambiente casi eléctrico de las calles de La Habana, especialmente alrededor de Galiano y San Rafael, el Capitolio y el Parque Central, en los días de Navidad. Miles de luces de colores a nuestro alrededor, el divino olor a pan con lechón asado en vendutas callejeras, ventas de juguetes por todas partes, y un ir y venir más frenético que nunca.

Se "sentía" la alegría como si fuera una persona que iba de calle en calle, y hasta los menos afortunados cargaban sus jabas y sus paquetes de regalos apretados contra ellos al montarse en las guaguas con su preciosa carga. Compras que se soñaban y se lograban con grandes sacrificios porque el cubano disfrutaba mucho las Navidades y los Reyes Magos y las celebraba contra viento y marea.

Para mi hermano León y para mí era una época especialmente alegre porque mami adoraba las Navidades --y el alto pino de nuestra casa era el primero en llenarse de bombillitos de colores a la entrada de 'su' también adorado jardín. Mami sentía un entusiasmo profundo por esas fiestas --y siempre me decía que de niña su papá había hecho sus Navidades muy felices y creciendo cinco hermanos juntos era en sí una gran fiesta...Y por eso nos llevaba con ella a todas partes a hacer compras, incluyendo al mercado de Carlos III, a la Plaza del Vapor (que era cavernosa, húmeda y la recuerdo siniestra) --y a ver los juguetes en exhibición en El Encanto y en la famosa juguetería "Los Reyes Magos", que tenía varios pisos y era maravillosa. También había pequeños quioscos donde vendian juguetes en las arcadas frente a la tienda Sears al costado del Capitolio y por allí también paseábamos de la mano de mami, a quien siempre le encantaban aquellas muñecas enormes, casi de tamaño natural que vendían.

Mi tio Enrique, el esposo de mi tía Alicia, una de las hermanas de mami, tenía en Navidad uno de esos quioscos porque traía juguetes de Estados Unidos y cuando pasábamos por allí nos regalaba caramelos y adornos para el árbol de Navidad, que era otro de los delirios de mami. Recuerdo que una tarde mi tía Alicia estaba allí con él, y nos comentó muerta de risa que Enrique había vendido una enorme muñeca ¡que era bizca! --y que al decírselo a la persona que la quería comprar para que no lo hiciera, esta le contestó que sí, que la quería, "porque era igualita que su hija". ¡Aquel cuento me impresionó mucho! "Es que lo compran todo"- comentó mami -"Y cuando llega Reyes los quioscos estarán vacíos".

Papi, por su parte, dejaba las compras para última hora, y recuerdo el corre-corre que formaba comprando siempre 'los regalos grandes' en el último momento y entrando en la casa las nuevas bicicletas sin que hicieran ruido --aunque mi primo Roger le tocó el timbre a una de ellas tarde la noche del 5 de Enero, lo que provocó que me despertara, corriera a la sala ¡y descubriera tristemente, recién cumplidos los 7 años, que los Reyes Magos no existían!

Y en medio de estas idas y venidas a La Habana en Navidades. de paso merendábamos helados de frutas y bocaditos en el Restaurante Miami en Prado y Neptuno (¡donde mi querido Tio Paco a veces caminaba desde el cercano Diario de la Marina y comía con su hermana favorita y sus sobrinos!)--o 'especiales' y frozens de chocolate en la cafeteria del "Ten Cen", que era mi favorita- o caminábamos un poco más y comíamos un 'baby filete' o uno canelones en "La Maravilla", que a mami le encantaba.

¡Qué felicidad más pura e ingenua la que sentíamos y lo mucho que la ciudad contribuía con su ritmo y su atmósfera para hacerla aún más cálida y genuina!

Y al final del día, ya camino a casa, recuerdo La Habana al caer la tarde, cuando las luces de las Pascuas encendían la atmósfera --y se confundían con el sol que se iba.