Monday, April 21, 2008

Historias del Manicomio y más...









Antes de que la TV llegara a Cuba, la radio cubana era excelente y existían cientos de estaciones que difundían novelas, noticieros, shows de música, concursos -¡todo lo imaginable!- y mi padre era uno de los escritores y directores de radio más conocidos, y todo un pionero en cuestión de nuevas técnicas -y en concebir programas muy imaginativos- ¡casi surrealistas!

Y como yo era una niña muy precoz, metida en todo y con un enorme deseo de estar siempre entre “los mayores”, papi me llevaba a menudo a la CMQ para que viera como salían al aire –en vivo- los programas de radio. (Después me llevaba a los de TV, los que también se hacían en vivo, después de ensayarlos una vez).

Una de las novelas de radio famosas que papi escribía era “Cárcel de Mujeres” –por lo que me llevaba a visitar la cárcel de Guanabacoa, donde le permitían revisar los expedientes de las presas y así buscar ideas para los diferentes “plots” del programa, el que llegó a ser tan famoso que lo trasmitieron por toda América Latina y del que se hizo una película en México. Papi parqueaba el carro en la calle, junto a los viejos y amarillentos muros de la cárcel de Guanabacoa (la que había sido construida por los españoles en 1873) -y recuerdo perfectamente que mientras mami y yo esperábamos en el carro, podíamos oír los gritos y llantos de las presas. Era como una ‘bulla’ altísima, continua y muy atormentada, que salía de atrás de las paredes de aquel sitio dantesco. Como un murmullo altísimo, un coro de plañideras -que viajaba con grandes ecos del interior de la prisión a la calle. ¡Algo feísimo, que me turbaba y quedó grabado en mi memoria para siempre!

Pero en otra de sus ‘expediciones’ para buscar inspiración para sus novelas radiales, le llegó el momento a “Historias de un Manicomio” –y en una mañana soleada enfilamos la carretera de Rancho Boyeros la familia completa, mami, papi, mi hermano León y yo –y pronto entrábamos en los terrenos del enorme Hospital Psiquiátrico de Mazorra, el que era como una mini-ciudad al lado derecho de la carretera, poco antes de llegar al aeropuerto. Allí papi parqueó el carro frente a la oficina del hospital -y nos dijo que iba a buscar cierta información y que lo esperásemos.

Hacía calor, teníamos las ventanas abiertas -y unos minutos más tarde se nos acercó una mujer de pelo negro, como de unos 35 años, quien vestida de blanco y negro, con tacones, una cartera de charol negro y un periódico enrollado en la mano, se acercó a hablarle a mami con una sonrisa muy amistosa. León era pequeño y no recuerda lo que la mujer dijo, pero yo recuerdo perfectamente que sin ton ni son comenzó a contarle a mami -quien no se daba cuenta de nada y estaba muy confiada, como era su naturaleza- la historia de su vida. Y poco a poco –mientras hablaba de sus sufrimientos y maltratos en manos de los hombres - la mujer levanta la voz y comienza a decir

“Si, sí…se lo merecía y lo maté…¡Maté a un chino de 14 taconazos!…¡Y le di 14 taconazos! ¡Le dí 14 taconazos!...¡Maté un chino de 14 taconazos!”.

Y mientras la mujer hablaba, cada segundo que pasaba se excitaba más y más, enrollando y desenrollando el periódico sin cesar, una y otra vez, con una velocidad vertiginosa -¡y con el que comenzó a darle ‘periodicazos’ al auto hasta que se deshizo y pedacitos de papel iban cayendo encima de mami, la que completamente paralizada, no podía ni moverse, ni atinaba a cerrar las ventanillas (las que eran manuales, por supuesto) --¡mientras yo estaba tan aterrorizada como ella y mi hermano León, muerto de miedo, se tiraba a lo largo del piso del carro en el asiento trasero, donde se encogió tratando de convertirse en un ovillo y pasar desapercibido! Y mientras la mujer continuaba con sus gritos -¡y se quitaba el zapato de tacón de charol negro con un ‘stilleto’ afilado y lo movía para arriba y para abajo para demostrarle a mami cómo era que había matado al chino de 14 taconazos! – el carro comenzó a ser rodeado por cada vez más supuestos “locos pacíficos” que –¡como era el caso de la mujer!- tenían permiso para caminar por las calles de Mazorra durante el día. Y muy pronto nos rodeaba un hombre vestido como de “fakir” con turbante blanco y en silla de ruedas -¡y un señor negro vestido como del General Maceo que agitaba una enorme ‘espada’ de madera forrada del mismo papel plateado con que venían forradas unas galleticas que se llamaban Africanas. Y en el momento del mayor paroxismo, en que la mujer estaba completamente fuera de control, excitadísima, dando gritos y moviendo manos y piernas, de pronto vimos salir de la oficina a papi ¡fresco como una lechuga y sin tener la menor idea del peligro en que había estado su familia mientras él hacía “research” para su programa!

¿Es necesario explicar el miedo que hasta el día de hoy le tenemos tanto mi hermano como yo a los locos?