Las gavetas de los escaparates de mi madre eran una especie de Cueva de Alí Babá. ¡Y yo adoraba explorarlas!
Y cuando estaba enferma, o por alguna razón querían complacerme, me dejaban ir a la cama de mami, donde colocaban los enormes gavetones y yo comenzaba a descubrir sus secretos.
Pañuelos bordados, muchos viejitos, el hilo amarillento por los años. Pasadores y aretes de piedras grandes y azules, muy llamativos, que mami nunca, y habían sido de mi abuela, y
mi bisabuela. Cajitas y más cajitas llenas de pequeños tesoros. Libros de misa, Estampitas con oraciones. Paquetes de cartas. Perfumes antiguos. Y las cajas de polvos Coty con su diseño
Art Deco en naranja y dorado.
Los viejos gavetones de madera olían a polvos de arroz de heliotropo de Roger Gallet; a perfumes de Robert Piquet, a camisones de seda bordados que se guardaban con ‘sachets’
perfumados y casi nunca se usaban.
El cajón de las fotos, y los álbumes viejos, era mi favorito; y nunca me cansaba de escudriñar las caras de las colegialas de Mariana Lola, buscando la melena cortísima y moderna
de mi madre. O los retratos de papi en la Playa del Sardinero en Santander, cuando vivió allí de niño, al volver mi abuelo a España, a enseñar a sus parientes lo bien que le había ido
en América. También el álbum de recortes que mami había hecho con los artículos de mi abuelo, y sus fotos con grandes personajes que le visitaban en el Diario de la Marina. Como
nunca conocí a mi abuelo León Ichaso siempre leía sus artículos y me sabía de memoria todos los recortes. ¡Además de que mami se había encargado de hacerme mil cuentos y
anécdotas de mi ilustre y muy democrático abuelo vasco!
Durante las noches en que revolvía aquellos gavetones, aprendí a valorizar el pasado, y a sentirme orgullosa de “mi gente”.
Y cuando tarde en la noche mis padres regresaban a casa, me encontraban durmiendo plácidamente entre viejas fotos y pañuelos.
Y cuando estaba enferma, o por alguna razón querían complacerme, me dejaban ir a la cama de mami, donde colocaban los enormes gavetones y yo comenzaba a descubrir sus secretos.
Pañuelos bordados, muchos viejitos, el hilo amarillento por los años. Pasadores y aretes de piedras grandes y azules, muy llamativos, que mami nunca, y habían sido de mi abuela, y
mi bisabuela. Cajitas y más cajitas llenas de pequeños tesoros. Libros de misa, Estampitas con oraciones. Paquetes de cartas. Perfumes antiguos. Y las cajas de polvos Coty con su diseño
Art Deco en naranja y dorado.
Los viejos gavetones de madera olían a polvos de arroz de heliotropo de Roger Gallet; a perfumes de Robert Piquet, a camisones de seda bordados que se guardaban con ‘sachets’
perfumados y casi nunca se usaban.
El cajón de las fotos, y los álbumes viejos, era mi favorito; y nunca me cansaba de escudriñar las caras de las colegialas de Mariana Lola, buscando la melena cortísima y moderna
de mi madre. O los retratos de papi en la Playa del Sardinero en Santander, cuando vivió allí de niño, al volver mi abuelo a España, a enseñar a sus parientes lo bien que le había ido
en América. También el álbum de recortes que mami había hecho con los artículos de mi abuelo, y sus fotos con grandes personajes que le visitaban en el Diario de la Marina. Como
nunca conocí a mi abuelo León Ichaso siempre leía sus artículos y me sabía de memoria todos los recortes. ¡Además de que mami se había encargado de hacerme mil cuentos y
anécdotas de mi ilustre y muy democrático abuelo vasco!
Durante las noches en que revolvía aquellos gavetones, aprendí a valorizar el pasado, y a sentirme orgullosa de “mi gente”.
Y cuando tarde en la noche mis padres regresaban a casa, me encontraban durmiendo plácidamente entre viejas fotos y pañuelos.