Saturday, April 26, 2008

¿Por qué se quiere tanto?


En la lejanía, muchos años después de aquella última noche en La Habana, todavía siento un profundo amor por mi ciudad -como si fuera ‘una persona’ a quien amo profundamente y echo de menos continuamente. Siempre me pregunto cuál será la razón por la que se quieren tanto esos pedazos de tierra que llamamos ‘patria’.

Trato de racionalizar por qué se ama un concepto tan subjetivo y del que tanta gente se burla, como sentimentalismo o cursilería ¿Por qué se puede sentir un amor intensamente físico por una ciudad? ¿Será producto de una frustración? ¿De no haber podido volver? ¿De habernos ido de allí cuando todavía nos quedaba tanto por hacer? ¿De haber dejado mi ciudad muy joven, cuando mis recuerdos no estaban completos? No creo, porque mi madre disfrutó Cuba muchos más años que yo -y hasta el último día de su vida sintió exactamente lo mismo.

De una forma a veces exagerada --porque realmente toma demasiado tiempo en mi vida y es como un peso que cargo del cuello, día a día y hace mucho más lento mi camino-- la imagen de La Habana está intacta en mi memoria. Perfecta. Me sorprende a veces la exactitud de detalles porque siento sus ruidos, su velocidad, su aura ---y como algo incandescente aparece en mi memoria en los momentos más inesperados.

¡Y qué envidia siento por los que -sin afectarles para nada la triste historia ocurrida en los últimos 40 y tantos años- visitan mi país y con total indiferencia caminan sobre mis pasos! Qué impotencia siento cuando veo que muchos de esos extranjeros se instalan con aires de conquistadores en la pobre Cuba, compran propiedades, llevan carnada de dólares y tiran algunos kilos prietos a niños, mujeres y hombres.

Y mientras se asombran de la belleza que todavía queda en pie en nuestra vieja y destruida ciudad-- nos ven sin embargo como si fuéramos esos pobres pigmeos que aparecen en los reportajes exóticos sobre tierras medias perdidas de la revista “National Geographic”. Así me lo dijo alguien en una ocasión. Y comprendí que ven a los cubanos sin respeto alguno, como infelices ciudadanos de tercera, que si pasan hambre, o lloran, o se visten mal, o huelen mal, o les caen atrás a pedirles dinero --aunque sean unas peseticas-- no importan mucho a nadie. Ni a los gobernantes de la isla -- ni a ellos, los turistas paletos que vienen de España en el ya famoso Avión de la Lujuria. O a aquellos de narices y cachetes rojos, quemados como camarones hervidos por ese sol cubano que castiga su ignorancia.

Es curioso, pero para todos ellos (un 90% al menos) somos irrelevantes ‘animalitos’ en medio de la ecuación. Gente de segunda, de tercera y hasta de cuarta, que tiene que resignarse a vivir su destino socialista. ¿Por qué no? Bullangueros y gritones cubanitos, que deben contentarse si acaso con una pastilla de jabón --o la promesa de una invitación. Después de todo, ésta es América Latina…Una isla media destruida llamada Cuba, donde se beben mojitos y se puede seducir hasta el gato. Y la democracia no les corresponde a ellos, piensan en su arrogancia.

“¡Lo siento, amigo! Así es como es.”

Es que para muchos la libertad es cuestión de europeos, de seudo-intelectuales con antiquísimas ideas ‘liberales’ -- o de seguidores de los Premios Nóbel. --- Y mentalmente se preguntan “ ¿Por qué quieren ser libres ésos pobres diablos? A ver.. ¿Para qué? ¡Si ahora hasta les dejan tener celulares y pueden comprar ‘por la libre’ un machete o una guataca!...¿Qué más quieren? ”

Para esos insensibles visitantes, de esos cubanos solo quieren oir la música…De ellos sólo les interesa lo divertido (y barato) como la salsa, el sol, las impúberes jineteras y quizás algunas botellas de ron --y un puñado de tabacos que llevar a casa.

Esto hace el dolor del exilado (¡perdón por usar la ‘incorrecta’ palabra, pues ser ‘exilado’ es una palabra tan antigua y tan poco ‘cool’ para los nuevos visitantes) mucho más intenso y más lleno de rabia. ¡Porque ninguno de ellos conoció la ciudad donde crecí!

Y aunque todavía queden en pie los edificios, las calles, la música, las risas y la sensualidad --el ‘espíritu’ de aquella Habana de nuestros recuerdos ya no existe. Y el que no la conoció, ni conoció su mundo de sutilezas, jamás entenderá las raíces --ni las razones-- de nuestra testaruda nostalgia cubana.