Friday, April 18, 2008

La Foto Falsa



Hay una foto de mi niñez que me causa mucha risa y a la vez me encanta por lo que significa y nunca fue.

Es una foto en blanco y negro -de la que sólo tengo una fotocopia de una revista en que salió- en que aparecemos la familia completa, mis padres, mi hermano León y yo, sentados a la mesa del comedor de nuestra casa de Miramar, en Cuba. El centro de mesa de cristal repleto de frutas frescas, los doiles de hilo, la vajilla de porcelana, las copas de cristal para el agua y todos con caras felices, cuchara en mano, tomando sopa en platos hondos, mientras al fondo de papi –quien vestía camisa de estampado hawaiiano como era su costumbre (lo que no sé cómo mami le permitió usar para esa foto tan tradicional que todo el mundo iba a ver) -se puede ver la punta del zapato a la mujer sentada en una mesa con un florero del gran óleo que Cundo Bermúdez le había regalado a mis padres el dia de su boda.

Es una foto armoniosa y 100% encantadora.

Y la llamo la foto “falsa” porque fue sacada por un fotógrafo profesional para ilustrar un reportaje sobre “La Familia Cubana y La Nutrición” (o algo así) que le hicieron a nuestra familia para las revistas Carteles o Bohemia a finales de los años 50 –y todo el ‘setting’ era completamente ‘falso’, preparado para la foto, ya que jamás papi se sentaba a la mesa con nosotros a hacer la ‘comida en familia’ que en Cuba era tradicional y agradable, jamás mami compraba frutas frescas, porque le hacían daño las frutas y lo único que comíamos frescos eran los platanitos manzanos y las guanábanas que daba el árbol que teníamos en el jardín, con las que mami hacía helado –¡y jamás se usaban las elegantes copas de cristal, ni la vajilla ‘buena’ que les habían regalado a mis padres por su boda, la que vivía guardaba en el aparador y sólo se usaba en ocasiones especiales como Nochebuena o algo por el estilo!

Pero la foto falsa me gusta mucho porque en ella lucimos ¡tan felices! Una familia modelo, una familia ideal, madre, padre y la ‘parejita’ de hijos varón y hembra, la que dos veces al día –almuerzo y comida- se sentaban alrededor de la mesa del comedor y compartían conversación, noticias y de paso comidas nutritivas y balanceadas. ¡Como lo hacían mis vecinos los Saínz de la Peña, los que si se sentaban a la mesa dos veces al día y hasta tenían un “Lazy Susan” de madera, estilo americano, en el centro de la mesa, el que me fascinaba verlo dar vueltas y vueltas y donde estaban servidas en pequeñas fuentes rarísimas ensaladas de pepinos, arroces, carnes y todo tipo de comidas variadas, tal como debían ser! Pero algo que definitivamente no ocurría en nuestra casa.

No, no me estoy quejando, ya que en nosotros teníamos también una cocinera maravillosa llamada Sabina Bravo y Correa, la que cocinaba diariamente almuerzo y comida, mañana y tarde --pero en casa ‘el sistema’ y el orden eran diferentes.

Como papi no venía a almorzar a casa -y en la noche nunca se sabía a qué hora iba a llegar a la casa, ya que sus programas de TV en la CMQ se trasmitían en vivo en las noches y después él se iba con sus amigos a celebrar, mi madre aceptaba el hecho de que no era necesario sentarnos a la mesa en familia. Y como ella a veces no comía con nosotros, pues caminaba a casa de mi abuela y comía con ella y mi tía viuda, Alicia –pues mi hermano y yo lo hacíamos solos, aunque mami se sentaba en una silla a un lado de la mesa (la que tenía mantel o ‘doiles’ más simples y jamás los de hilo y organdí bordado blanco de la foto) -desde donde nos supervisaba y obligaba a comer lo que era importante, como los purés de los potajes de chícharos, o de frijoles colorados, o de lentejas (¡que ahora me encantan y entonces odiaba con pasión!) - que en casa se preparaban sin falta todos los días.

“Anda León, vamos….una última cucharada…¡traga!...Mari cómete todo el puré, que después podrás comer los canelones que te hizo Sabina…¡Come que ya pronto viene la guagua de Bartolo a recogerte!”

Y yo tragaba y tragaba, con el desagrado que las que fueron niñas flacas comprenderán perfectamente, mientras en la punta de la mesa había colocado un platico pequeño con dos divinos canelones horneados y rellenos de picadillo que Sabina me hacía como ‘recompensa’, y podría comerlos solo después de haber tomado el potaje o la sopa. ¡Era un incentivo único que yo veía de lejos -y mami no me dejaba tocar hasta que el plato hondo del potaje estuviera vacío! Y cuando los podía saborear eran realmente una delicia que hasta el día de hoy me fascinan. Y pienso si aquellos 'canelones-recompensa' eventualmente actuaron como el experimento del perro de Pavlov y son la razón de que hoy en día me encante comer –¡como recompensa a la alegría o a la tristeza!

Pero tengo que agradecer a mami aquella disciplina al obligarnos a tomar el potaje, ya que en una vida en que realmente no teníamos disciplina alguna (porque la verdad es que León y yo nos criamos con mucha libertad y no éramos niños que tenían que seguir regla alguna) aquellos potajes hechos 100% naturales, frescos y llenos de vitaminas y cosas nuevas, deben haber sido los responsables de la buena salud que hemos disfrutado siempre. Por otra parte, mami jamás nos hacía ensaladas, ya que a ella le daban daño al estómago -y cuando vine a vivir a Estados Unidos fue que aprendí a comerlas poco a poco -¡pero mi hermano León ni las toca, y en una ocasión su amigo Luis Conde trató de ‘hipnotizarlo’, estando en Puerto Rico, para ver si podía atreverse a comer un pedazo de lechuga!

Mirando la foto falsa, comprendo que siempre he echado de menos el haber participado en el ritual tan lindo, tan cubano, tan español, de sentarnos a la mesa toda la familia, unidos por una o dos horas diarias, como debe ser. Era una costumbre muy civilizada, muy correcta, que hasta el día de hoy se repite, aunque cada día menos, en todas partes del mundo.

Pero al haber carecido de la experiencia, después repetí lo mismo en mi propia vida y esa costumbre (y el pequeño tamaño de los apartamento neoyorquinos, donde la mesa del comedor se usa para colocar cosas, como lugar donde descargamos lo que traemos de la calle y casi nunca se usa como ‘mesa de comedor’) es la razón de que criara a mi única hija Mari-Claudia con la misma mala costumbre -y han sido contadísimas las veces que nos hemos sentado con ella a comer ‘en familia’ -¡como no fuera en la mesa de restaurantes!

Es muy interesante como terminamos imitando a nuestros padres, lo que vemos en casa, lo que por osmosis se hace nuestro –y hoy en día veo a Mari-Claudia imitándome, haciendo listas de ropa cuando vamos a viajar, usando la mesa del comedor para colocar cosas, llenando su casa de tarecos, de fotos enmarcadas, recuerdos, de cosas -y gastando tanto dinero como yo en ropa y zapatos y carteras –¡sin pensar por un solo momento si debe hacerlo o no!