Recientemente estuve en Miami y asistí en la Universidad de Miami a la presentación del libro 'Luces y Sombras de Cuba' de Néstor Carbonell Cortina, en la Casa Bacardí. Y aparte del mérito que tiene el libro -una lección de Historia de Cuba muy interesante, relatada con serenidad y excelentes datos históricos --lo que me impactó fue la gente que estaba allí reunida.
Eran en su mayoría cubanos exilados, mayores de 60 o 70 años --y hasta unos cuantos más. Muchos eran matrimonios ya mayores, quienes era obvio todavía eran grandes compañeros, y se saludaban unos a otros con alegría. Mujeres cubanas, abuelas y hasta bisabuelas, pero muy arregladas, pulidas, que no han permitido que el exilio -y los trabajos que estoy segura pasaron a sus llegadas- las tumbaran, o las destruyeran tanto en cuerpo, como en alma. Hombres de pelo blanco -o calvos muy arregladitos- de lo que le doy mérito a las esposas, que los cuidan muy bien!) -con sus guayaberas impolutas, blancas, bien planchadas --o vestidos muy elegantes, de traje (¡porque para los miamenses era invierno!) ---y a todos se les notaba contentos de encontrarse allí con sus amigos del pasado.
También ví alguno que otro 'playboy' cubano de los años 50, quienes no se han dado cuenta todavía de que ya no lo son. (¡Qué ternura me dió verlos con su todavía-aire-de-pepillos-domingueros!) Me encantó observarlos --y oirlos chistosos, alegres, llenos de simpatía, dándose abrazos o palmadas al saludarse. Un estudio sociológico de mi gente que me encantó. Algunos de los presentes éramos un poco más jóvenes (yo me sentía un poco 'niña' entre amigos de mis abuelos y padres) ---pero todos allí en aquel instante éramos enormemente 'cubanos'.
Cubanos con una dignidad y una afabilidad tan genuina que me emocionó.
Y aquella noche me sentí tan orgullosa de ellos, que cuando salí de allí, inmediatamente llamé a mi hija a New York --¡y le dije lo contenta que me sentía de ser cubana!
Hay cínicos que por ignorancia, o esa arrogancia y falta de compasión que a veces tienen los muy jóvenes, se refieren a 'los viejos' de Miami con desprecio y hasta con burlas. Y hasta quieren ignorarlos cuando se habla del presente y el futuro de Cuba, como si esa gente -que tanto luchó por Cuba, antes del exilio y dentro del exilio- ya no sirviera para nada. Y así se les obvia, se les dá 'de lado' -- y solo se atienda como válido, y 'sabio', a lo nuevo y lo recién llegado.
Todos tenemos mil defectos, incluyendo aquellos hombres y mujeres, estoy segura -pero cuando comenzaron el acto cantando el Himno Nacional, muchos con los ojos húmedos de lágrimas -y con un patriotismo que se no les acaba, ni nada se los borra- me emocionaron mucho.
Veía en ellos a mi madre, trabajando en la tomatera cuando llegamos a Miami y después 'gradúandose' como la Reina de las Rositas de Maíz en el 'candy counter' del cine Miami; a mi tio Paco Ichaso, quien tenía que ir a leer en la Biblioteca Pública de México, ya que había perdido la suya en Cuba, y no tenía dinero ni para comprar libros; a mi tía Fela, quien hasta el último día de su vida en Miami, iba elegante, asegurándose que su bolso de cuero de La Habana, siempre estuviera reluciente y bien cuidado; a mi tío Gustavo Alfonso, héroe de la Aviación y graduado de la Academia del Morro en el año 20, limpiando las casas de cientos de americanas mientras trataba de venderles las aspiradoras Electrolux; de mi tía Pura, llevando la caja hasta tarde en la noche en un restaurante de Guadalajara; a las madres y padres de mis amigas; a tantos y tantos cubanos cuyas vidas fueron cruelmente cortadas a la mitad del camino --y tuvieron que empezar de 'cero' cuando hubieran tenido que pensar en retirarse y descansar.
Veía en ellos a mi madre, trabajando en la tomatera cuando llegamos a Miami y después 'gradúandose' como la Reina de las Rositas de Maíz en el 'candy counter' del cine Miami; a mi tio Paco Ichaso, quien tenía que ir a leer en la Biblioteca Pública de México, ya que había perdido la suya en Cuba, y no tenía dinero ni para comprar libros; a mi tía Fela, quien hasta el último día de su vida en Miami, iba elegante, asegurándose que su bolso de cuero de La Habana, siempre estuviera reluciente y bien cuidado; a mi tío Gustavo Alfonso, héroe de la Aviación y graduado de la Academia del Morro en el año 20, limpiando las casas de cientos de americanas mientras trataba de venderles las aspiradoras Electrolux; de mi tía Pura, llevando la caja hasta tarde en la noche en un restaurante de Guadalajara; a las madres y padres de mis amigas; a tantos y tantos cubanos cuyas vidas fueron cruelmente cortadas a la mitad del camino --y tuvieron que empezar de 'cero' cuando hubieran tenido que pensar en retirarse y descansar.
Y pienso que si en estos momentos de mi vida me sucediera algo así, estoy segura no podría enfrentarlo con la fuerza y el empuje que lo hicieron ellos.
Y por eso los respeto ---enormemente